La importancia de dejar huella en tu vida
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El podio de los triunfadores

 

 

 

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07.04.2024
Jesús Portilla
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Leía estos días las historias reales publicadas en el libro de María Vallejo-Nájera, «Paseando por el cielo» y me han sorprendido los testimonios que nos acercan el Cielo a la tierra, además de la alegría que ella misma transmite al contarlo.

Eso también me pasó a mí cuando fuimos de peregrinación a Lourdes, a Medjugorje y recientemente a unos Ejercicios Espirituales. Pero no es solo lo que sientes allí, sino las ganas de compartirlo con todos los que se cruzan en tu camino. Sientes que quieres ir al cielo y que te acompañen todos tus seres queridos, y por supuesto, el mundo entero.

No sé, es como cuando te paras con alguien en la calle o en el trabajo y cruzas unas palabras con él, y ves que esa persona tiene un no sé qué que te llega interiormente y que ha removido tu corazón.

Y sí, yo quiero ir al cielo, porque yo sí creo. Creo en Dios, creo en Jesucristo, creo en su Resurrección y creo en la vida eterna, porque todo ello da sentido a mi vida.

Para mí lo que está claro es que la felicidad no está aquí, alrededor de tanta ambición, soberbia, egoísmo y maldad, y sí la veo en multitud de personas que entregan su vida a los demás y llevan el amor por delante en todo lo que hacen.

Por supuesto respeto las creencias de cada uno, pero para el que quiera informarse, ya no hay dudas sobre la existencia de Dios por la cantidad de científicos que se han convertido al ver las evidencias en sus investigaciones. Ya hay multitud de libros que documentan perfectamente su existencia, como por ejemplo el libro de José Carlos González-Hurtado: «Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios» o «Dios, La ciencia, Las Pruebas » de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies.

Y yo, quiero ir al cielo, porque independientemente de lo que opine cada uno, yo me siento bien con este camino emprendido y siento una gran satisfacción personal cuando hago el bien. Cosa que no me pasa al contrario. Y tan solo por eso, merece la pena ese caminar hacia el cielo poniendo el bien hacer, la alegría, la sonrisa, la escucha y el amor en todo y en todos los que uno pueda. 

Me encanta ver cuando he hecho feliz a alguien con un simple acto, con un saludo, con unas palabras, con una mirada, con una pequeña ayuda, con un pequeño interés por su persona. Y me emociona y toca mi corazón cuando es otro el que se acerca a mí y me «despierta o recoloca» simplemente con unas palabras o con su testimonio.

Algo tiene que significar para cada uno que los actos de amor; esos que ha defendido y defiende Jesús, sean portadores de felicidad.

Algo tiene que decirnos esos comportamientos que vemos a nuestro alrededor y que provocan ansiedad, desánimo, vacío, tristeza, insomnio, estrés...; tanto en el aspecto laboral, como en el social y familiar.

Yo quiero ir al cielo. No quiero ser causante de ese mal que está padeciendo el mundo y de esa grave enfermedad que parece extenderse y que alguno llama «cardio-esclerosis» (endurecimiento del corazón) o que todos la sentimos como una gran deshumanización.

Yo quiero ir al cielo. Sé que me tocará revelarme contra muchos de los pensamientos, decisiones y acciones que hoy en día se emprenden sin considerar las consecuencias, porque ya forman parte de lo normal o cotidiano. Pero también sé que adoptar esa actitud que ahora predomina, a mí no me hace feliz. 

Esos segundos de felicidad o falsa alegría que algunos reciben con sus actos de una u otra índole, son estimulantes momentáneos que cada vez agrandan ese vacío interior conduciendo al precipicio.

Y es que, aunque no existiera nada de aquello en lo que yo creo, los momentos en los que humildemente he podido hacer feliz a alguien, habrían merecido la pena. El hacer daño, el humillar, el explotar, el abusar, el maltratar, nunca podrán competir con la felicidad de hacer el bien.

Tenemos aquí un pequeño cielo en la tierra que nos anuncia cada día la grandeza que nos espera, viendo la belleza y grandiosidad que nos rodea: ese perfume de la multitud de flores y árboles, las montañas, los ríos, los mares, la majestuosidad del universo con la multitud de estrellas y la infinitud de vida perfecta que nos rodea, allá donde miremos y allá donde caminemos, así como esas maravillosas personas que tienen ese no sé qué, que tú también deseas para ti.

Yo no me quiero perder el cielo. Yo quiero ir al cielo con el bien hacer en el trabajo, con ejercer mi responsabilidad como trabajador, como jefe, como compañero, como esposo, como padre, como abuelo, como amigo. 

Yo quiero ir al cielo compartiendo alegría, amistad, entusiasmo, afán de servicio, conocimientos, experiencia, ideas, iniciativa, responsabilidad; haciendo del bien hacer mi máxima diaria, sacando lo mejor de mí cada día, procurando ponerlo al servicio de los demás.

Quiero contagiar lo que he visto, lo que he sentido y lo que siento, porque es maravilloso llenar de alegría los corazones y hacerlos resucitar a la verdadera vida.

Hay que desmundanizarse y brillar como personas allá donde estemos. Tenemos que transmitir luz. Una luz que ilumine los caminos y aparte esa oscuridad que no deja ver el verdadero sentido de la vida. 

Tenemos que transmitir esa alegría que no se puede contener y se tiene necesidad de comunicar, de compartir y de contagiar.

Yo quiero ir al cielo. ¿Me acompañas?

Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. "Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz""Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"

04.03.2024
Jesús Portilla
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Servir es el arte supremo para empresarios, altos ejecutivos, políticos, médicos, profesores, profesionales de cualquier sector, padres, madres...; es decir, para todos. 

Tal vez esto sorprenda cuando muchos piensan  que son los demás los que les deben servir, y la paradoja es que cuanto más alto es nuestro nivel, más es nuestro deber de servir.

Servir es el arte supremo que todos deberíamos poner en práctica en nuestras vidas. Pero esto no es fácil de entender. Más bien sí es fácil de entender pero no nos interesa hacerlo. Más bien entendemos mucho mejor que cuanta más gente tengamos alrededor para que nos sirva, muchos más felices seremos.

Pero lo entendamos o no queramos entenderlo, la vida es un servir continuo y eso es lo proporciona satisfacción, alegría y da un verdadero sentido a nuestra vida.

Todos tenemos la obligación de servir allá donde estemos.

El servir de un médico. ¿Podríamos entender esa vocación sin servir a los pacientes? ¿Sin ponerse en el lugar de ellos? ¿Sin escucharles? ¿Sin mirarle a los ojos? ¿Sin estudiar sus síntomas y recetarle o aconsejarle lo mejor?

El servir de un profesor. ¿Un profesor sin servir? Un profesor que no sirve a sus alumnos entregando su sabiduría, sus dones y capacidades a cada uno de sus alumnos, dejaría de llamarse profesor y habría equivocado su profesión.

El servir de un abogado. ¿Y no está dedicado a servir un abogado desde que le adjudican un caso, una defensa, un cliente...? ¿Qué abogado puede pensar que su trabajo es para que le sirvan a él?

Pero esto no queda ahí. ¿Podría entenderse que un empresario, un jefe, un compañero, no tienen que servir al cliente, al equipo, a sus empleados, aportando cada uno su experiencia, sus conocimientos para el mejor funcionamiento de la empresa, el mejor entendimiento entre todos y obtener los mejores resultados en el producto o servicio a ofrecer?

Cuando un gran empresario, un líder, un jefe, un funcionario, un  militar, un policía, un político.., piensa en ejercer ese cargo, trabajo o función para ser servido, no ha entendido para qué ha sido elegido.

¿Podríamos olvidar el arte de servir de un padre y de una madre, el arte de servir de un matrimonio entre ellos mismos, el arte de servir con los hijos? Cualquiera que tenga hijos sabe que la verdadera felicidad está ahí.

Hasta los deportistas, los artistas y las celebridades; aunque pudieran creer que están ahí para gozar del servicio y atención de todos, no deberán olvidar nunca que sirven y tienen que servir a todos aquellos que esperan de ellos mismos lo mejor —lo mejor de su arte—, y por supuesto a todos aquellos que pueden tener a su servicio, mostrando su categoría como personas independientes de su éxito, de los galones, medallas, copas o diplomas que hayan ganado.

El servir de un dependiente de una tienda, de un camarero, de un peluquero, de un vigilante, del personal de limpieza.., puede parecer que son puestos más destinados a servir que otros que nos parezcan de mayor categoría. Pero ni debe ser así y además —no por ello—, los que somos servidos o atendidos debemos mostrar también nuestro arte de servir con la amabilidad, el comportamiento, la educación, el respeto y el agradecimiento.

La autoridad, la categoría o el estatus se muestra en el arte supremo de servir de cada uno.

Cuando uno está pendiente de las personas y de las cosas, está preparándose para ver las necesidades y servir. ¿Tenemos una mirada servicial?

Todos debiéramos darnos cuenta de la obligación y la importancia que tiene nuestro propio servir.

Esta reflexión está inspirada en esta meditación.

Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. "Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz""Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"

13.02.2024
Jesús Portilla
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Estamos hartos, cansados, desilusionados, vacíos, desesperanzados, pero no podemos desfallecer. Abandonar nunca es la solución.

Si la semilla se queda en el granero no puede dar fruto. La semilla que no se siembra no puede producir fruto.

Este mundo necesita sembrar semilla buena con nuestro ejemplo, nuestro ánimo, nuestra sonrisa, nuestro bien hacer, nuestra buena disposición y ayuda a quien lo necesita. 

Este mundo necesita nuestra semilla de amor, de bondad, de escucha, de generosidad. 

Este mundo necesita sembrarlo de cercanía, de cariño, de ilusión de esperanza, de verdad.

No podemos cansarnos de sembrar. Podemos pensar que al no ver el fruto en el tiempo que estimamos, el fruto se ha perdido, pero sin embargo, cuando no desfallecemos, las raíces siguen creciendo escondidas bajo la tierra y llega el día en que vemos florecer lo sembrado. 

¿Vamos a esperar a que otros siembren o vamos a sembrar nosotros? Hemos nacido para sembrar, hacer crecer las raíces y recoger fruto. Si esperamos a que otros siembren, sin saber la semilla que utilizan, ¿qué frutos esperamos recoger?

Nosotros debemos decidir la mejor semilla para plantar en la mejor tierra y darle los cuidados que necesita para su crecimiento grande y provechoso.

Siempre deberemos tener presente y decidir qué semilla vamos a plantar, porque tanto si es buena o mala, veremos sus frutos.

Nuestra formación, crecimiento espiritual y personal, así como el de nuestros hijos, no podemos ponerlo en manos de cualquiera, ya que debe estar en nuestra mano. 

Tenemos que decidir qué, dónde, quién y cuándo, porque de todo esto dependerá el buen fruto. 

Da igual que hablemos del aspecto laboral, de la familia, de los amigos, de la educación... El mundo necesita nuestra siembra continua, para que ni la cizaña, ni las malas hierbas lo ahoguen.

¿Cuántas veces las raíces que se echan en el trabajo no parecen producir frutos? ¿Cuántas veces las semillas que con ejemplo dejamos caer sobre nuestros hijos, parecen no florecer? ¿Cuántas veces el tiempo dedicado a ese amigo perdido, parece inútil? ¿Cuántas veces el sacrificio, los esfuerzos al amor puesto en algo o en alguien, no se le ve crecer las ramas?

No podemos cansarnos de sembrar, porque así nunca podremos ver el fruto.

Solo la semilla que no se siembra, no crece.

El mundo nos necesita. ¿Vamos a dejar de sembrar?

Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. "Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz""Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"